martes, 20 de enero de 2009

Me gusta el sexo en verano a las 4 de la tarde...

Me gusta el sexo en verano a las 4 de la tarde en una pieza de madera.

Así bien transpirado, con ese calor sofocante del valle central sin sombra sobre el techo de zinc encielado en tapas de madera.

Me gusta ese sudor que empapa los cuerpos enteros, que moja el cabello y hace resbalar el uno sobre el otro; que obliga a abrazarse más fuerte para no despegarnos, que deja los cuerpos brillantes de humedad.

Me gusta ese sudor deja más salobre la epidermis. Que exalta las ganas de recorrer nuevamente con la lengua los poros de la piel, hasta secarlos nuevamente.

Me gusta el sexo en pleno verano desde las 4 de la tarde. Lo vivía allá en la provincia de Ñuble, una de las más calurosas del país.

Me gusta la sensación de la piel mojada, su textura. Me guste el hedor que queda, el jadeo que busca desesperadamente el aire. Me gusta asfixiarla con besos mientras tanto pasa la agitación.

Me gustan las sábanas húmedas. Para que hagan juego con todo en ti…

sábado, 10 de enero de 2009

Qué hacías a los 15, 16 o 17 años...

No son pocos años, de repente hace un par de meses que me acordé que ya hace un par de años que entré de lleno en la segunda mitad de mi vida y que debo comenzar a pensar como consigo a alguien que en un tiempo más se de la paja de cambiarme los pañales.

Mi interacción con pendejos de 15 a 20 me hace replantearme en una introspección retroactiva que mierda hacía yo a los 15, que hacía con mi vida entre los 15 y los 20, y no es posible que lo considere si no me remonto a esos gloriosos años de mocedad, cuando la Raquel Argandoña nos hacía alucinar mientras ejercitábamos la muñeca derecha.

A mis 15 años el calendario mostraba 1982 en su encabezado. No es menor, 27 años al menos ya han pasado y eso para cualquiera es una vida casi completa. Casi el doble de lo que me replanteo y de lo que quiero rememorar. Eran mis 15 años, tal ves 16 o 17, mientras hacía y terminaba el colegio aprendía a leer las noticia en los medios alternativos. Los tambores de la cooperativa o las noticias de la radio Chilena, la radio Magallanes con su señal de radio Moscú, radio umbral o el fortín mapocho y la clásica margarita que nos decían graciosamente “y va a caer”. Aprender a leer, no ente líneas, simplemente el medio no oficial, la noticia aguda, hasta el bando militar que se autocensuraba diciendo que no podías leerlo más de 3 veces al día.

27 años después nos recordábamos de lo gracioso que podían haber sido esos años, la pasada por la feria el día sábado haciendo maravillas con el escuálido presupuesto que la familia tenía pero en esos tiempos nosotros mismo trabajábamos en la feria. Con un palestino que vendía ropa de bajo costo, ropa nueva, cuando no nos vestíamos con las sobras de los estadounidenses o europeos. Mezclilla alpargata brasileña legítima, de primera selección que bien nos duraba el año completo desde marzo a diciembre, fecha en que el clásico regalo de cumpleaños era un par de zapatos de cuero negro, válidos para iniciar el año escolar.

Fueron entretenidos mis 15 años, mis 16 y 17 también, al menos recordando el mes de enero, fechas en las que nos encontrábamos recogiendo maquila en el campo, Maquila, el porcentaje que cobra la máquina que hace la cosecha del trigo, rap, arroz, alfalfa, maíz, etc. 2,5 quintales por hectárea, o sea 250 kilos por cada hectárea cosechada que había que coger en un viejo camión opel ¾ del año 65 que había que cargar a pulso, subiendo por un tenue tablón de pino con el saco de 80 kilos al hombro. Aprender a leer el vaivén del tablón para evitar caer, pisar en el momento justo, cargar de modo que los sacos no escurran entre ellos. Linda época esa en la que en los campos de rulo nos llenaban de guisos de cordero y vino pipeño, mientras que en el riego te negaban hasta comprar un pan amasado para comértelo pila camino a casa, luego de 18 horas de deambular por el campo. Así hasta marzo, cuando terminábamos de sacar la arcilla impregnada en las orugas de la Vasalli 316 que nos garantizaba el sustento hasta agosto.

Los tambores de la cooperativa no paraban en la casa, la característica de la chilena no quedó marcada, pero era igual, la radio Magallanes s escuchaba con la misma dipolo de tubos fluorescentes que se escuchaban los partidos de la U, no recuerdo ni el dial ni sus esponsors, sólo el sonido lejano de noticias que hablaban de las realidades ocultas del país, realidades que ocultaban los medios más masivos empezando por la televisión ya masificada con su formato enajenante que incluía video y audio.

No era cosa de ser alternativo, no era un sistema que nos ponía la pié encima, era el yugo de la tiranía que te golpeaba en la calle sin compasión, que imponía el dolor pro sobre la razón, en una época dónde lo que menos había era razón.

Que 15 años, que hacía yo a los 15, 16 o 17 años, antes de rasguñar los puntajes nacionales. Y optar por hecho y derecho a las becas de rendimiento. Época en la que desafiábamos el eterno toque de queda tapizando las calles de afiches de redención. Jaja, con conciencia, lúcidos, vivos de la diferencia entre el querer y el poder, con la pasión más grande por la libertad, con la pasión por ser sin saber lo que podía significar el tener, el mayor cáncer del que supo la especie, el cáncer del tener, del querer sólo por tener, sólo por algo tangible tan lejos del espíritu sublime que significa solamente expresarse. Pegando afiche o tirando panfletos, volantes, flayers, como les dicen ahora. Ocultos en la oscuridad, imprimiendo con un rodillo de goma sobre un esténcil de papel carbón. Girando luego la manivela del mimeógrafo manual que imprimía más rápido y de mejor calidad gracias a los tubos de tinta que nos conseguíamos en la pastoral.

Qué época de revolución, de pensar por nosotros mismos, sin el veneno televisivo que enajena y mata de abulia, lentamente en 50 años. De aburrimiento luego de que ya viejos nos dimos cuenta que perdimos la vida viendo TV, mientras la pudimos ganar recogiendo maquila.

Que 15, 16, 17 años. Que ganas de tener algo por qué luchar.