Me gusta el sexo en verano a las 4 de la tarde en una pieza de madera.
Así bien transpirado, con ese calor sofocante del valle central sin sombra sobre el techo de zinc encielado en tapas de madera.
Me gusta ese sudor que empapa los cuerpos enteros, que moja el cabello y hace resbalar el uno sobre el otro; que obliga a abrazarse más fuerte para no despegarnos, que deja los cuerpos brillantes de humedad.
Me gusta ese sudor deja más salobre la epidermis. Que exalta las ganas de recorrer nuevamente con la lengua los poros de la piel, hasta secarlos nuevamente.
Me gusta el sexo en pleno verano desde las 4 de la tarde. Lo vivía allá en la provincia de Ñuble, una de las más calurosas del país.
Me gusta la sensación de la piel mojada, su textura. Me guste el hedor que queda, el jadeo que busca desesperadamente el aire. Me gusta asfixiarla con besos mientras tanto pasa la agitación.
Me gustan las sábanas húmedas. Para que hagan juego con todo en ti…
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Hace 5 años
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